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Relato para #HistoriasdelCamino: ‘Los molinos’

El acusado conoció a la víctima la noche anterior al crimen, en el bar del albergue del pueblo. Al día siguiente la encontró caminando sola, y la metió forzosamente en su 4X4. La amordazó y maniató. Condujo hasta una zona boscosa próxima al parque eólico, tal y como prueban las cámaras de seguridad. Allí trató de violarla, pero no lo logró. Finalmente la estranguló hasta acabar con su vida y después abandonó el cadáver.

Él tendría que decir mucho al respecto del relato de los hechos, pero actualmente hacía coincidir su punto de vista con el del juez. Aunque mayormente basada en indicios y en la autoinculpación, la versión, sin testigos y apoyada en escasas evidencias objetivas, parece convencer a todo el mundo. El sentimiento generalizado es de conmoción y rabia por la pobre chica. De nuevo, un asesinato machista en el Camino de Santiago.

Durante su estancia en prisión pasa bastante inadvertido. Lo único reseñable socialmente es su éxito arreglando aparatos electrónicos, que se refleja en un reportaje extenso que le dedica el periódico de la cárcel. La redactora, una voluntaria periodista, se encariña con él. En su fuero interno no entiende cómo esa persona puede ser un violador asesino. “Tengo sentimientos encontrados hacia tí”, le comenta. Él apenas reacciona, se mantiene con una línea recta inexpresiva trazada en la boca, y redirige educadamente la conversación. Ella cree captar el mensaje. No se vuelven a ver.

Por lo demás su contacto con el exterior es prácticamente nulo. Los primeros meses habla con su abogada y con su padre, pero con el paso del tiempo deja de tener comunicaciones. Según el psicólogo penitenciario, al principio le afecta bastante. En una de las consultas, el propio profesional reconoce no entender el comportamiento del progenitor adoptivo, con el que parecía que la relación había sido excelente, y escribió en el informe: “Al parecer el padre es un hombre muy apreciado en la comunidad, por haber hecho mucho por revitalizar la zona, atrayendo inversiones a través de contactos del partido, etc. (…) y con el que su hijo ha tenido un intenso vínculo emocional y afectivo. A juzgar por sus palabras propició, gracias a su cariño y atenciones, la que sería una adaptación yo diría que modélica. Según él quiso devolvérselo estudiando y siguiendo sus pasos a nivel profesional”. La última anotación sobre su padre data de meses después, en la que el psicólogo apunta escuetamente: “Dice que no quiere volver a hablar de su progenitor por el momento. No le insisto.”

Cuando sale en libertad pasa alrededor de un mes en la ciudad, donde ha alquilado una habitación. Se pone a buscar trabajo, y en la segunda ETT que visita le invitan amablemente a salir en cuanto se enteran de su pasado reciente.

En la biblioteca accede a Internet y consulta ofertas de empleo fuera de la provincia. Después de dos semanas presentando candidaturas, recibe respuesta de una empresa. La denominación del puesto es ‘Técnico de mantenimiento eólico G5X y G8X’. El centro de trabajo está ubicado en otra comunidad, y es sólo a tiempo parcial, un contrato de un mes, en turno de fin de semana, pero le parece bien. Tras una entrevista por videoconferencia desde la propia biblioteca, logra una prueba presencial.

Antes del viaje, sube al norte, al pueblo. En el domicilio familiar recoge un par de camisas y otro de pantalones que utilizaba para misa y ocasiones especiales.

Ya de noche sale al fresco a fumar un cigarro, y ve que han abierto otro bar. Los dueños son una pareja uruguaya muy amable, le invitan a una pinta. Bebe mientras escucha comentarios despectivos sobre él procedentes de un grupo que juega a los dardos. Enseguida uno de ellos se le acerca. Se reconocen y se ponen un poco al día.

Dos cervezas más tarde decide irse, y el tipo de antes le ve salir y le acompaña. Mientras caminan, el hombre le empieza a decir que no fue del todo sincero a la Guardia Civil cuando dio testimonio en el cuartel.

-Mira, yo sabía que él andaba acechando a otra. ¡Veía por dónde iban los tiros! Se ponía muy pesado cuando venía a tomar un vino a mi bodega. Se le subía, empezaba a decir lo que les haría… Yo me figuraba que sólo eran burradas de esas que se dicen a veces entre tíos, ya sabes… Pensaba que nunca volvería a pasar.

Tras una pausa rugosa, áspera, y ya llegando a la casa, el tipo continúa.

-Esa mañana desde la finca vi salir peregrinos. La chavala a la que tu padre había echado el ojo iba sola, retrasada. A la media hora pasó con el todoterreno, y no me lo pensé: cogí el coche y le seguí. Le dí alcance y le pité hasta que conseguí que se parara. Al principio disimulaba, pero cuando se lo eché en cara a las claras, se puso hecho un basilisco. Ya íbamos a darnos de hostias, cuando ví que empezó a encontrarse mal. Se echó atrás y se apoyó como pudo en la puerta del coche. Le dije que subiera, que le llevaba,… pero entonces se desmayó, y cayó a plomo en la carretera. Y el resto ya lo conoces.

Después de un espeso silencio, ambos encienden un cigarrillo. El humo se deja llevar al instante por el viento de la noche. Sus miradas, una tras otra, se alejan hacia los parpadeos de las luces rojas de los molinos. La respuesta tarda en llegar, y el tipo vuelve a intervenir, muy incómodo.

-Lo siento, tío. Aquella vez no lo sabíamos seguro… ¡Y, además, tú eras su hijo y te culpaste! Pero, ¿por qué lo hiciste, hombre? Dime, ¿por qué pagaste por él?

Él apaga el cigarro con la suela de la deportiva, y le contesta que de verdad no se preocupe, que ya no importa. “Es agua pasada”, concluye, antes de entrar en casa, cerrar la puerta, y derrumbarse.